En una de sus mágicas novelas, Murakami nos habla de la misteriosa ciudad amurallada del Fin del Mundo, allí, sus habitantes viven sin sombra, y su corazón ha desaparecido.
Pero no son personas crueles, ni despiadadas, no, son educadas, corteses, amables, responsables, solidarias....solo que han sacrificado su corazón.
El protagonista, recién llegado a esta sorprendente ciudad, y cuya sombra todavía no ha muerto, se da cuenta :"Yo aún tengo corazón y, sin embargo, a veces lo pierdo de vista. No, mejor dicho, posiblemente esté siempre perdido y solo en ocasiones lo recobro. A pesar de eso, tengo la certeza de que volverá, en un momento u otro, y esa certeza es la que, en definitiva, vertebra y sostiene mi existencia."
Somos muchas y muchos los que vivimos o hemos vivido así, "descorazonados" temporalmente, o con pedacitos de corazón mordidos, escamoteados, hurtados a nuestra conciencia durante un tiempo para no tener que enfrentarnos al sufrimiento.El protagonista, recién llegado a esta sorprendente ciudad, y cuya sombra todavía no ha muerto, se da cuenta :"Yo aún tengo corazón y, sin embargo, a veces lo pierdo de vista. No, mejor dicho, posiblemente esté siempre perdido y solo en ocasiones lo recobro. A pesar de eso, tengo la certeza de que volverá, en un momento u otro, y esa certeza es la que, en definitiva, vertebra y sostiene mi existencia."
Pero los habitantes del Fin del Mundo son otros, y ellos ademas de dolerme profundamente, me inspiran respeto.
Allí se refugian personas como Sophie, la protagonista de la película La decisión de Sophie. Una madre judía a la que fuerzan a elegir, en un campo de concentración nazi, entre sus dos hijos pequeños, sabiendo que su decisión llevara a la muerte a uno de ellos....y ella elige.
Después tiene que seguir respirando, comiendo, sobreviviendo, con una culpa que no podrá sostener, con una salida imposible; entonces sacrifica su corazón, porque solo dándole la espalda podrá continuar adelante, inventarse una nueva existencia, fingir que es como todos, aparentar que la vida tiene sentido para ella, aunque al final no lo consiga.
¿Cuantos entre nosotros pueden sentirse como Sophie? Quizás su experiencia nos parezca menos desoladora que la de ella, pero ¿quienes somos nosotros para decidirlo? Las heridas del alma son complejas, intrincadas, están enmarañadas con nuestras creencias y valores, y lo que para algunos es superable, a otros puede generarles una culpa o un dolor insostenibles.
Me siento contenta de ser una mujer creciente, de estar en contacto con mis sentimientos, con mi corazón, de poder amar, pero sobre todo me siento muy afortunada por no haber tenido que vivir una experiencia limite como la de Sophie, o como la de alguno de los habitantes de la ciudad del Fin del Mundo, ¿como habría podido seguir viviendo?
Es una pregunta que hoy por hoy no puedo responder, y que confío que la vida no me ponga nunca en la posición de tener que llegar a responder alguna día.