Siempre me gustó viajar. Ese abrirme a lo desconocido, ese dejarme sorprender con nuevos paisajes, con formas nuevas, con gentes que imagino diferentes, con estilos de vida que desearía desentrañar para comprender un poco más, los muchos mundos que hay en nuestro mundo.
Qué fascinante me resulta, descubrir la belleza y la armonía en lo cotidiano, en lo pequeñito y supuestamente vulgar, y también, qué decepcionante descubrir la vulgaridad en la pretenciosidad y grandilocuencia de alguna de las supuestas maravillas para viajeros incautos.
Pero a veces viajar me cansa, me desconecta de mí misma con su movimiento incesante, con su avaricia de verlo todo, con la frustración de no poder llegar al corazón de esa ciudad, o ese lugar maravilloso que me atravesó en un instante y que quizás no vuelva a ver nunca, y siempre, siempre, me siento que vivo otra vida, que la mía de todos los días, se diluye, se desvanece, y por un tiempo me siento además de extranjera, aventurera en un comienzo incierto y ávido de posibilidades.Un día, de eso ya hace tiempo, comencé a hacer viajes por el alma.
Yo creo que todos hacemos viajes por nuestra alma, pero a veces no nos damos ni cuenta. Mis primeros viajes fueron de ésos, de los de no darme ni cuenta, y fueron duros, muy duros, porque por necesidad, viajé a lugares en guerra, desolados, oscuros y sobrecogedores, llenos de muerte; en ellos aprendí cosas que ignoraba y también comencé a vibrar con un dolor sordo y con el descubrimiento de una ternura que desconocía.
Los recuerdos que me traje de aquellos lugares, me hicieron sentir más humana y más viva, como si hasta entonces mi vida hubiese sido irreal, con un guión aprendido, representando sentimientos y emociones que realmente no eran míos.
Años después, comenzaron los otros, los viajes por el alma que me gusta recordar, los hermosos, emocionantes y sorprendentes.
Empezaron con visualizaciones dirigidas en trabajos grupales, y me resultaba tan sorprendente sentir cómo aparecían dentro de mí imágenes más allá de mi control, con una espontaneidad que escapaba a mi posible manipulación, y lo que se me ofrecía era tan generoso, fértil e imaginativo, que desbordaba cualquier intento creativo por mi parte.
Es así como comencé a creer en la existencia dentro de mí, de un mundo inexplorado, un mundo que no podía ni suponer, y cada nueva posibilidad de aventurarme en él me atraía y fascinaba.
Pero fue con una experiencia a través del yoga del sueño, cuando me sentí realmente traspasada por algo totalmente desconocido para mí hasta ese momento por la profundidad de la conciencia emocional a la que pude llegar; el sentimiento de amor y plenitud que experimenté, me dejó boquiabierta.
Y a este sorprendente viaje, siguieron otros igualmente sorprendentes.
Con ellos, confirmé mi idea sobre la existencia de ese mundo interior absolutamente prodigioso, un mundo en el que mis vivencias, podían superar con creces cualquier experiencia vivida en el plano físico.
Después, durante años, volvió a atraparme lo cotidiano con su mirada de todos los días, y solo viajaba con el cuerpo; los viajes por el alma pasaron a ser hermosas experiencias que recordar, y también algo que por alguna razón no me permitía.
Ahora, otra vez, mi corazón aventurero y curioso quiere volar alto y me ha traido de nuevo esos viajes por el alma que tanta felicidad, armonía y paz me regalaban.
Y en ello estoy, explorando mi alma, recogiendo emoción y plenitud; descubriendo una inmensidad de mí misma asombrosa y extraña, y coleccionando recuerdos de los lugares que visito que llenan mi vida de sentido, de coherencia, de alegría.
Los viajes por el alma, como los del cuerpo, no me dejan indiferente; aparte de los recuerdos, lo más importante es que ahora sé que esos lugares físicos o psíquicos que visito, existen, son reales cada uno a su manera, y lo sé porque puedo fundirme con ellos con todos mis sentidos, con los del cuerpo, y con los otros, con los del alma.